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🗳️ ¿Parar o Seguir? El Voto es Nuestra Arma 🇻🇪

✊ Resistir al autoritarismo o rendirse: Tú decides el rumbo de Venezuela 🚨

Por Simón García

🗳️ ¿Parar o Seguir? El Voto es Nuestra Arma 🇻🇪

No fue una decisión inteligente pausar la defensa de los resultados electorales desde julio de 2024 hasta enero de 2025. Esos meses de silencio y pasividad generaron confusión, desánimo y desmovilización, un costo que quedó claro el 9 de enero. Ahora, en lugar de levantar el ánimo, algunos proponen un paro electoral, insistiendo en un llamado a no votar en vez de alentar a los ciudadanos a escapar del miedo que el gobierno usa como jaula para la oposición.


Es inexplicable que ciertos líderes opositores refuercen esos temores. No son traidores; simplemente, a nuestro juicio, entienden de forma equivocada el poder del voto en medio de un ataque brutal del oficialismo contra el sistema democrático, republicano y liberal. Lo que no se entiende es por qué apuestan su influencia y prestigio a un camino que lleva a la rendición del país y al fatalista “no hay nada que hacer”.


Los discursos abstencionistas debilitan las esperanzas de cambio en tres sentidos:


  • Sin quererlo, repiten la propaganda oficialista que despoja al voto de su valor como arma de lucha, reduciéndolo a un acto vacío, a un simple botón presionado sin sentido.
  • Abogan por abandonar la vía electoral como herramienta para defender la democracia.
  • Le regalan al régimen la bandera del voto, mientras la oposición, por un purismo moral, rechaza cualquier avance gradual para rescatar la democracia y aliviar la crisis que aplasta a la gente.


En esta guerra de ideas entre democracia y autoritarismo, el gobierno ha conseguido que parte de la oposición vea el votar como un aval al dominio autoritario. Esta distorsión absurda divide a la oposición y merma sus opciones de derrotar al régimen, ahora estado por estado.


La campaña extremista contra el voto propone algo cruel: matar al enfermo sin curar la enfermedad. No les importa si el pueblo sufre hambre y opresión por meses o años, como en Cuba. Ese sendero hacia la desesperanza empieza por abandonar los espacios institucionales que el autoritarismo ha colonizado. Si los demócratas dejan de resistir, le darán al régimen un reinado sin oposición, dejándolo solo en el juego político.


La abstención es una sentencia de muerte para la oposición. Es un freno a la estrategia de cambio, basado en la falsa idea de que votar sin democracia plena no vale la pena. Este llamado a no participar lleva a un vacío: no ofrece alternativas para enfrentar al régimen. En la práctica, es una invitación a la pasividad, a renunciar a responsabilidades públicas que podrían mostrar otra forma de gobernar, incluso bajo el cerco económico y las trabas a gobernadores y alcaldes.


Miremos las universidades: enfrentan un poder que las quiere silenciar como centros de pensamiento. ¿Luchamos con astucia o las entregamos? Nos hallamos ante una paradoja ridícula: los autoritarios llaman a votar, mientras los defensores de la democracia piden abstenerse. Esta contradicción, fruto de una estrategia perdida, cae en la trampa del cortoplacismo, asumiendo que votar o no votar siempre acabará en el fraude.


Pero la abstención no es neutral. Quienes la promueven quieren que creamos que no hay salida más allá de rendirnos, de cruzarnos de brazos o de esperar una intervención extranjera que nadie desea. Duele decirlo, pero eso es lo que está en juego. La abstención, como se plantea, entierra la estrategia de cambio que logró victorias —no solo en las urnas— gracias a líderes que entendieron que la democracia se construye con ciudadanos que votan, desafiando las limitaciones de un sistema autoritario.


Sí, el voto no lo es todo en una democracia. Pero sin voto directo y universal, no hay democracia. El oficialismo busca imponer un Estado comunal que arrase con la Constitución; contra eso debemos votar hoy y siempre.


Es natural que muchos sientan rabia y rechazo tras el robo del 28 de julio de 2024. Tienen todo el derecho. Pero también tienen el deber de frenar la demolición del modelo de Estado constitucional. Esa furia no debe gastarse en anular el voto ni en abandonar la vía electoral, que es donde el régimen es más débil y nosotros más fuertes.


No votar no es protestar: es rendirse y entregar el derecho al sufragio, cumpliendo exactamente el deseo del poder. ¿Por qué renunciar a victorias regionales que, aunque el CNE intente desconocerlas, crearían más de 20 focos de tensión para el régimen? ¿Por qué ceder gobernaciones, legisladores y diputados a cambio de esperar una rebelión o aventuras extremistas que sueñan con un cambio armado —sin medios para lograrlo— frente a la violencia real del régimen, que apunta a un Estado centralista sin gobernaciones ni alcaldías?


Eso no es democracia; es el agotamiento de un liderazgo que parece haber perdido el norte. La verdadera eficacia está en multiplicar pacíficamente los choques entre democracia y autoritarismo, descentralizar la lucha y pelear en el terreno donde podemos ganar.


La ruta sigue siendo la “rebelión de los votos” que Carlos Tablante defendió. Hoy, eso significa batallar en cada estado con alianzas amplias, propuestas de convivencia que inspiren confianza y un giro hacia la gente, que pide razones para no detenerse. Parar es perder; seguir es luchar. 


El voto es nuestra arma. Usémosla.

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